Ajedrez y juegos ancestrales – Historia de los juegos competitivos (I)

Un tablero y unas piezas de ajedrez

Introducción

Cuando una determinada tarea requiere la combinación de múltiples habilidades es probable que se forme una pirámide competitiva alrededor de ella. 

En mayor o menor medida la competición es un aspecto inherente al ser humano; todos la experimentamos, lo queramos o no, en muchos ámbitos de la vida. 

La competición la vemos, por ejemplo, a una gran escala mediante abstracciones jerárquicas como las que rigen los mercados laborales, con el uso de sistemas de clasificación que con tanto afán se le aplican al estudiante o de forma cruda a través del constante duelo a vida y muerte que durante millones de años ha dado lugar en la naturaleza.

Dos de los modalidades organizativas más explícitas que hemos encontrado para fomentar la competición son las ligas y los torneos, siendo los segundos una forma de clasificación utilizada desde tiempos inmemorables para determinar quién era el mejor realizando una determinada actividad.

Como sabemos, es normal que un deporte o juego esté sujeto a un reglado sistema competitivo cuando hay un número sustancial de interesados en espectarlo o participar en él, y si bien se puede hacer una competición de casi cualquier cosa, no fue hasta hace poco que se empezaron a idear formas más sutiles, digamos también civilizadas, de someter a dos o más individuos a prueba.

Para iniciar nuestro trayecto a través de ese mundillo que son los juegos competitivos, examinar su historia pasada es un buen lugar desde el cual comenzar el viaje.

Ajedrez y otros juegos ancestrales

Los humanos llevamos compitiendo amistosamente desde hace mucho, mucho tiempo. 

Encontramos a lo largo del registro histórico multitud de ejemplos que evidencian cómo milenios atrás ya existían juegos cuyas proposiciones iban más allá del simple ocio casual y se caracterizaban por integrar ciertos elementos estratégicos en su diseño. 

En la vieja Mesopotamia y en el Antiguo Egipto se crearon el juego real de Ur y el Senet, que se encuentran entre los primeros juegos de mesa de los cuales tenemos conocimiento. 

El Go, también llamado baduk, tuvo su origen en la China de la dinastía Zhou, mientras que el precursor del ajedrez se sospecha que surgió en la India, siendo en aquella época conocido como chaturanga.

Conforme pasaron los siglos estos juegos fueron esparciéndose por el mundo gracias a la mano del comercio, de las migraciones y, por supuesto, de la guerra. 

Algunos cayeron en el olvido; otros evolucionaron y ganaron adeptos que se hallaban fascinados con aquello que esta clase de actividades les ofrecía. En el mundo occidental el ajedrez se posicionó como el duelo mental definitivo, la máxima expresión de combate intelectual entre dos mentes pensantes.

Así, encontramos en la historia medieval aficionados como Alfonso X el Sabio, rey de Castilla, León y Galicia que ordenó la escritura del famoso Libro de axedrez, dados e tablas en el siglo XIII d.C, un compendio que describe el tipo de juegos que existían en la Europa de por aquel entonces. Entre los entretenimientos cubiertos por el libro, aparte del ya mencionado ajedrez, se encuentran otros como el backgammon o el alquerque.

Problema de ajedrez en el libro de los juegos
Una de las más de cien ilustraciones del Libro de los juegos

Con el tiempo, vemos que la literatura no se limita exclusivamente a hablar sobre las reglas de estos juegos, sino que surgen por primera vez jugadores cuyo propio talento se convierte en el sujeto de la discusión. 

En el siglo XVI el obispo extremeño Ruy López de Segura se consagra al desarrollar teóricamente la célebre apertura de ajedrez que todavía lleva su nombre, y los italianos Gioachino Greco y Alessandro Salvio son admirados por un dominio del juego rey nunca visto hasta el momento.

Sin embargo, o al menos en cuanto a los términos que nos atañen, a pesar de que varios jugadores se afianzaran como referentes de sus respectivas épocas, no tenemos constancia de la existencia de circuitos profesionales y una escena competitiva que realmente pudiera considerarse madura. 

En muchos casos los juegos de estrategia eran un pasatiempo que sólo unos pocos privilegiados o bien conocían o bien se podían permitir jugar. 

De vez en cuando dos jugadores de particular renombre viajarían para encontrarse en un match, pero la competición era limitada, concentrada en lugares selectos y constreñida por las circunstancias del momento. 

No debería extrañar, entonces, que durante la mayor parte de la historia de la humanidad los mejores en cualquier juego rara vez hayan podido enfrentarse entre sí o haber podido vivir de su talento, lo cual explica que las habilidades tanto individuales como colectivas no se encontraran tan avanzadas como lo están en la actualidad, pasando exactamente lo mismo que con cualquier otra ciencia o actividad académica.

Con el advenimiento de la revolución industrial y la prosperidad gradual que esta trajo consigo empezaron a existir posibilidades para organizar eventos realmente importantes. 

En 1851 da lugar el primer torneo internacional de ajedrez en Londres. Unas décadas después el alemán Wilhelm Steinitz se convierte oficialmente en el primer campeón del mundo; le siguen después genios como Emmanuel Lasker —amigo de Albert Einstein—, José Raúl Capablanca y Alexander Alekhine.

Es en el siglo XX cuando comenzamos a observar sistemas refinados que permitieron la presencia personas dedicadas en cuerpo y alma a la competición como actividad profesional. 

No dejaban de aparecer periódicos, libros y clubes dedicados a examinar con lupa la teoría ajedrecística y las novedades técnicas que acaecían con cada nuevo torneo. 

La competición se tornó más dinámica y se formalizó en 1924 con la fundación de la Fédération Internationale des Échecs (FIDE), organismo que hasta el día de hoy regula las normas, rankings y torneos de ajedrez más reconocidos del planeta. 

El lema de la FIDE, «Gens una sumus» (somos una familia), representa la armonía unificadora a la que idealmente deberían aspirar los ajedrecistas.

No obstante, hasta en una armoniosa familia, sobre todo si es tan extensa como la del ajedrez, algunos destacan más que otros, y fue en la Rusia comunista donde se dio el siguiente gran salto cualitativo del juego, posiblemente el mayor que haya existido dentro de él.

Después de la Segunda Guerra Mundial, jugadores como Mikhail Botvinnik iniciaron una nueva oleada de progreso ajedrecístico, fundando academias para alumnos aventajados que impulsarían a los soviéticos a lo más alto del escalafón competitivo. 

De modo similar al ocurrido con la carrera espacial, el ajedrez era visto como un instrumento con el cual reafirmar la supuesta superioridad intelectual de Moscú y, por ende, del comunismo en su conjunto. 

Con dedicados expertos que trataban el juego como cualquier otro trabajo, la Unión Soviética daría a conocer talentos que durante casi medio siglo dominarían la escena ajedrecística. 

El preparado Botvinnik, el defensivo Tigran Petrosian, el agresivo Mikhail Tal, Boris Spassky, Anatoly Karpov, Garry Kasparov y muchos más ayudarían a crear un bloque que, a efectos prácticos y salvo un par de honrosas excepciones, dividía el mundo del ajedrez entre las naciones del Pacto de Varsovia y el resto. 

En videojuegos, un fenómeno similar daría lugar en Corea de Sur con dos de los más importantes esports: Starcraft Brood War y League of Legends.

Siendo los grandes jugadores de ajedrez gente interesante con personalidades únicas tanto dentro como fuera del tablero, no hay escasez de anécdotas e historias que describen y analizan sus vidas; de hecho, dan para escribir biografías enteras. Aunque este libro no sea uno de ellas, sí que se harán unas cuantas menciones al ajedrez y a sus practicantes a lo largo de la lectura.

El ajedrez continúa gozando de popularidad global gracias a la habilidad de competidores como el noruego Magnus Carlsen o el entretenido estadounidense Hikaru Nakamura. 

A un nivel organizativo su importancia reside en la privilegiada condición de haber sido el primer juego competitivo moderno. 

El ajedrez sirve así de paradigma cuyo esquema básico siguen, a sabiendas o no de ello, el resto de juegos competitivos del planeta. Y cuando muchos ya vean extinta su relevancia, la llama de pasión que mueve a los aficionados del ajedrez permanecerá ardiendo, pues hasta la fecha pocos juegos aúnan en grado comparable la inteligencia técnica, la creatividad artística y la flexibilidad de la que goza el llamado juego rey.

Es previsible que siga proporcionando años de disfrute para aquellos dedican parte de su valioso tiempo a él.

Si el lector tiene interés por explorar la vida de los grandes ajedrecistas se recomienda que se informe por autores especializados.

En España Leontxo García es el principal periodista en cuestiones relativas al mundillo del ajedrez. Miguel Illescas y Antonio Gude también producen comentarios regularmente.

Wikipedia es asimismo un lugar magnífico para leer los relatos y las hazañas de los ajedrecistas; posee artículos que condensan bien las biografías de figuras importantes con sus respectivas aportaciones al juego. Aquel que tenga curiosidad encontrará aquí un microcosmos apasionante, pues no se trata del mero conjunto de movimientos que a primera vista se alternan en una partida; son las nociones, la filosofía, los tecnicismos y la evolución estratégica rebosantes detrás de las 32 piezas y las 64 casillas, aspectos que una vez unidos se acaban convirtiendo en lo que para algunos es arte e incluso llegan a decir ciencia, aunque personalmente no lo consideraría como tal.

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