El molde proactividad-reactividad y el metajuego – Conceptos básicos de estrategia y diseño en juegos (II)

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Atribución: Stefan Erschwendner

Sobre la estrategia

Existen muchos criterios con los que definir el término tan fluido y genérico de «estrategia».

Ciertamente, a lo largo de la literatura escrita sobre el tema pueden hallarse infinidad de ejemplos que proporcionan —o directamente se encuentran en desacuerdo— con la próxima forma, podría decirse simplista, de clasificarlas.

No obstante, al no querer entrar en casuística —y aceptando el carácter de intención previa que tiene toda estrategia— considero que este sistema es el que mejor se adapta a la mayoría de juegos competitivos.

Considero que, con el propósito de tener un marco de referencia analítico al que ajustarse, la definición de estrategia que proporciono es satisfactoria, aunque es cierto que no cierra el camino a la contraargumentación y a interesantes especulaciones filosóficas, lógicas y semánticas sobre los matices que se desprenden con las distintas definiciones que del término existen; buscando en Internet se verá que las hay a patadas.

¿En qué consiste la estrategia precisa e inequívocamente? ¿Es una estrategia exactamente lo mismo que un plan? Es decir, ¿son términos intercambiables? ¿Es una estrategia un concepto flexible o algo rígido? ¿Lo es un plan? ¿Entonces, si una estrategia o un plan fallan y hay que introducir modificaciones, se consideraría que son cambios sobre un plan ya existente o, al contrario, por virtud de no ser igual se le consideraría como un ente separable distinto? ¿Si se acepta que deben tener un carácter previo, significa por lo tanto que no existen las estrategias improvisadas? ¿Significa esto que no se pueden utilizar varias estrategias a lo largo de una partida, batalla, guerra, enfrentamiento o situación de cualquier tipo? Creo que las preguntas suponen un mayor reto del que en un principio quizá se pueda asumir. Antes de nada, insto al lector a que lea de nuevo las preguntas enunciadas en este párrafo.

En efecto, si se lograse reunir a las mejores mentes del mundo, a los mejores jugadores de juegos, los mejores militares, analistas, hombres de negocios, científicos e historiadores y les forzáramos a discutir hasta que enunciaran una definición universal de estrategia aplicable de forma transversal en el análisis de cualquier disciplina, sería imposible llegar a un consenso. Cada uno daría su propia definición y herramientas de análisis; algo extraño cuando consideramos la omnipresencia del término en tantos ámbitos profesionales y de ocio.

Si el lector lo desea, le propondría que pare de leer un tiempo e imagine experiencias propias o ajenas; le propondría que después las analice, intentando extrapolar de ellas una respuesta a las anteriores cuestiones.

Curiosamente, una palabra como es la «táctica» —que en no pocas instancias se intercambia erróneamente con la palabra «estrategia»—, a pesar de ser flexible no se ofrece a tanta discrepancia. Se debe, sin duda, a que el concepto de táctica es más palpable y constreñido, más concreto en el alcance que cubre.

  • Estrategia: se entiende la estrategia como el conjunto de tácticas, ideas e intenciones generales que conforman un plan previo para alcanzar un determinado objetivo en un determinado marco de tiempo. Naturalmente, en cualquier entorno competitivo el objetivo es ganar

Si la definición no esclarece la diferencia entre estrategia y táctica, puede que el próximo ejemplo solvente el problema.

Imagínese que el lector es un general al mando de un ejército en una guerra. Planificar la logística, decidir dónde se luchará y en qué terreno, determinar qué armas serán usadas y cómo se colocarán las tropas antes de una batalla son decisiones intencionales que colectivamente forman parte de una estrategia.

Durante el combate, sería el movimiento de unidades y la forma de pelear de las fuerzas lo que relacionamos con las tácticas accionables.

Existe una célebre frase, a veces equivocadamente atribuida al famoso mariscal de campo alemán Erwin Rommel, que dice que ningún plan resiste el primer contacto con el enemigo. Sea cierto o no, se podría considerar que es a partir de ese primer punto de contacto cuando podemos hablar indiscutiblemente de tácticas en lugar de estrategias.

La estrategia es el plan intencionado dentro de un marco temporal, la táctica es la serie de actos ejecutivos que conforman ese plan.

Dependiendo de la exactitud con la que se establece una estrategia existen dos tipos distintos; a partir de ellos se desarrollan el resto de variantes y se pueden añadir todas las etiquetas que se deseen al término.

  • Estrategia proactiva: es aquella que busca tomar un grado de iniciativa, con un plan predefinido que aspira a generar situaciones peligrosas para el oponente. Idealmente semejantes situaciones de por sí crearían amplias ventajas que facilitarían acercarse a las condiciones de victoria de una partida, cualesquiera sean estas.
  • Estrategia reactiva: como su propio nombre indica, una estrategia reactiva renuncia, en parte, a mantener la iniciativa, prefiriendo examinar el rumbo de los eventos que una partida toma y proporcionando las respuestas adecuadas a las situaciones que se le presenten.

A no ser que el fracaso de la estrategia contraria conlleve su automática derrota —situación de muerte súbita—, la estrategia reactiva esperará al momento idóneo para realizar una jugada maestra y ganar con ella, normalmente mediante el despliegue de una contraamenaza que resulte demasiado problemática como para que el oponente sea capaz de resolverla.

Si el juego en el que se desarrolla la estrategia reactiva precisa del uso de una contraamenaza, significa por lo tanto que la estrategia reactiva comprende dentro de ella otra estrategia proactiva que se halla congelada en el tiempo, pospuesta hasta el momento de su despliegue. Aunque no sea un requerimiento obligatorio, la contraamenaza frecuentemente se despliega en el medio juego o en el juego tardío.

Como podemos ver, lo que acaba separando una estrategia proactiva de una reactiva es la actitud intencional previa acompañada del grado de seguridad con el cual se espera que haya un uso de ideas y tácticas concretas. La estrategia proactiva quiere explotar un plan muy concreto. La estrategia reactiva espera a examinar qué va a ocurrir; no por ello está improvisada.

Como podemos ver, lo que acaba separando una estrategia proactiva de una reactiva es la actitud intencional previa acompañada del grado de seguridad con el cual se espera que haya un uso de ideas y tácticas concretas. La estrategia proactiva quiere explotar un plan muy concreto. La estrategia reactiva espera a examinar qué va a ocurrir; no por ello está improvisada.

Los moldes de clasificación proactividad-reactividad se deben tratar como un espectro de rango preferencial, dos lados de una balanza sobre la que oscila una determinada estrategia; no estamos ante dos cualidades categóricas excluyentes sin remedio. En la práctica es raro que una estrategia sea íntegramente proactiva debido a que es casi imposible encontrar juegos en los que se permita que el jugador tenga un desdén absoluto por lo que vaya a hacer oponente a lo largo de toda la partida, esto es, que no haya interacción entre los participantes. Asimismo, la imposibilidad de disponer de las respuestas a todo lo que realizará un oponente provoca que apenas existan estrategias basadas en la reactividad pura. Las estrategias reactivas confían en poder afrontar sus problemas con un esquema de ideas y tácticas limitadas en su número.

Cuando se discurre sobre estrategia, resulta extremadamente común la sustitución de los términos proactividad y reactividad por los de «agresión» y «defensa». Sin embargo, considero que la adopción de estas palabras en la nomenclatura es errónea. Resulta innegable que hay ciertas similitudes, pero mientras que un plan proactivo no requiere ser particularmente agresivo —al menos en un principio—, un plan agresivo sí ha de ser proactivo por obligación; lo mismo ocurre cuando hablamos del caso contrario: una estrategia reactiva no tiene que acompañarse de elementos defensivos, aunque en gran cantidad de juegos efectivamente lo haga.

Aunque no merezca tanta importancia, jugadores de todo el mundo también hablan de tácticas y estrategias pasivas, haciendo referencia a un estilo de juego defensivo. «Pasivo» es un adjetivo que denota la falta de actuación, permaneciendo al margen; aproximarse a un juego con este enfoque llevará inevitablemente a la derrota, garantizado. A la hora de defender hay que mantenerse atento y saber cómo intervenir con precisión ante un ataque. Por lo tanto, no estamos hablando estrictamente de un juego pasivo.

La observación es una simple minucia mía, mencionada queda.

En cualquier caso, amplia reflexión lleva a concluir que la proactividad y reactividad son términos que se ajustan mejor a un modelo estratégico que aspira a ser general.

Para ilustrar cómo los principios de disección estratégica son traspasables a situaciones reales podemos utilizar el próximo ejemplo:

En estos tiempos modernos en los que la ciencia ha desvelado misterios que han servido para desterrar hambrunas y plagas mortales, los problemas de salud cardiovascular se han convertido en una de las principales causas de muerte en las sociedades avanzadas envejecidas. Consciente de ello, un ciudadano informado puede decidir el enfoque con el que actuar ante una amenaza tan prevalente.

Acorde con los conceptos explicados y el problema expuesto, el objetivo deseado sería el de tener un corazón saludable. Al no ser la inmortalidad una aspiración razonable añadiremos que mantener dicho órgano en estado funcional el máximo tiempo posible es el objetivo clínico verdadero.

Conocemos bien el consumo de fármacos como las aspirinas, las estatinas y los betabloqueantes para tratar algunas enfermedades cardiovasculares; es más, desde 1967 se abrió una ruta alternativa distinta con los trasplantes de corazón; estas son acciones tácticas que vendrían a solucionar o a paliar el problema una vez aparecen síntomas específicos que indican su presencia en el cuerpo; se echa mano de recursos tan serios cuando hay que responder a una amenaza ya manifiesta. 

Si una persona decidiera llevar una vida despreocupada, confiando en semejantes tácticas en la eventualidad de que, en efecto, tuviera complicaciones de corazón, estaríamos entonces ante alguien que ha escogido un enfoque reactivo ante el problema. 

Por el contrario, una persona podría plantearse la preventiva adopción u omisión de acciones que denegasen la pronta aparición de complicaciones cardiovasculares. Las tácticas a elegir podrían ser de rama dietética, evitando el consumo de cierto tipo de sustancias como el alcohol y suplementándose con ácidos grasos omega-3; o deportiva, realizando ejercicio físico regularmente. Estaríamos así ante una postura que oscila hacia la proactividad estratégica.

La elección y frecuencia con la que se realiza el tipo de acción junto al punto temporal en el cual se decide adoptarla determinaría el grado de reactividad o proactividad que ha habido en la estrategia de contingencia cardiovascular. La decisión de ir o no al médico y realizarse una analítica es en sí interpretable como una decisión sobre el uso cronológico de una igual táctica de reconocimiento y monitorización. El cumplimiento de cada táctica serviría para la consecución de una idea —estatina para regular el colesterol, trasplante para sustituir el engranaje problemático— que después formaría parte de una estrategia que pretende cumplir el objetivo deseado.

Armados con este marco estructural de análisis se entiende mejor qué posibilidades tácticas hay, y por tanto qué hacer. Hay personas que, siendo plenamente conscientes de los problemas a los que se exponen, se niegan a abandonar sus vicios, mientras que otros llevan la virtud hasta extremos de frugalidad en los cuales llegan a privarse de cualquier placer. Mismo problema, y dos filosofías distintas que pueden explicarse desde un punto de vista estratégico.

La terminología y el marco estructural del análisis estratégico son herramientas aplicables en una infinidad de campos distintos; por ello es recomendable su conocimiento y empleo.

Titanshift combo

Ejemplo de una estrategia proactiva no agresiva en un juego de cartas

En Magic: The Gathering el arquetipo de baraja «Titanshift» gana plantando en el campo de batalla un «Titán primigenio» y «Valakut, el Pináculo Fundido».

La baraja espera que con estas dos cartas —las dos win conditions en nuestro argot— se pueda realizar el daño suficiente para eliminar al rival —al principio de una partida de Magic cada jugador empieza con 20 vidas—.

Con el Titán desplegado y más de cinco montañas Valakut causa estragos al transformarse en una potente ametralladora.

Titanshift es el ejemplo perfecto de una estrategia proactiva no agresiva, pues los costes necesarios para poner estas cartas en juego son altos y el plan se ciñe en habilitar estas amenazas lo más rápido posible con tácticas aceleradoras, pero sin atacar de buenas a primeras.

Nótese el alto coste de seis manás del Titán—cuatro incoloros y dos verdes, en la esquina superior derecha—. Las cartas viables en la escena competitiva de Magic suelen costar entre uno y tres manás. Un maná generalmente se produce con una carta de tierra. Si asumimos que en Magic se puede bajar sólo una tierra por turno, se debería entender que producir el maná para desplegar el Titán lleva un tiempo considerablemente superior al de la mayoría de cartas competitivas.

Empero, hemos de comentar que gran parte de las estrategias proactivas en juegos competitivos tienden a ser agresivas desde sus momentos iniciales.

Reactividad en un juego de estrategia

En Starcraft la raza zerg crea todas sus unidades de ejército y trabajo en el mismo edificio, el «criadero» —en la imagen—.

Los jugadores zerg deben decidir entre construir distintos tipos de unidades militares o invertir en trabajadores para aumentar su nivel de producción económica, algo que históricamente se hace reactivamente en base a las señales que muestra el contrincante.

Años de duro entrenamiento son necesarios para dominar tal habilidad.

Para ilustrar cómo los principios de disección estratégica son traspasables a situaciones reales podemos utilizar el próximo ejemplo:

En estos tiempos modernos en los que la ciencia ha desvelado misterios que han servido para desterrar hambrunas y plagas mortales, los problemas de salud cardiovascular se han convertido en una de las principales causas de muerte en las sociedades avanzadas envejecidas. Consciente de ello, un ciudadano informado puede decidir el enfoque con el que actuar ante una amenaza tan prevalente.

Acorde con los conceptos explicados y el problema expuesto, el objetivo deseado sería el de tener un corazón saludable. Al no ser la inmortalidad una aspiración razonable añadiremos que mantener dicho órgano en estado funcional el máximo tiempo posible es el objetivo clínico verdadero.

Conocemos bien el consumo de fármacos como las aspirinas, las estatinas y los betabloqueantes para tratar algunas enfermedades cardiovasculares; es más, desde 1967 se abrió una ruta alternativa distinta con los trasplantes de corazón; estas son acciones tácticas que vendrían a solucionar o a paliar el problema una vez aparecen síntomas específicos que indican su presencia en el cuerpo; se echa mano de recursos tan serios cuando hay que responder a una amenaza ya manifiesta. 

Si una persona decidiera llevar una vida despreocupada, confiando en semejantes tácticas en la eventualidad de que, en efecto, tuviera complicaciones de corazón, estaríamos entonces ante alguien que ha escogido un enfoque reactivo ante el problema. 

Por el contrario, una persona podría plantearse la preventiva adopción u omisión de acciones que denegasen la pronta aparición de complicaciones cardiovasculares. Las tácticas a elegir podrían ser de rama dietética, evitando el consumo de cierto tipo de sustancias como el alcohol y suplementándose con ácidos grasos omega-3; o deportiva, realizando ejercicio físico regularmente. Estaríamos así ante una postura que oscila hacia la proactividad estratégica.

La elección y frecuencia con la que se realiza el tipo de acción junto al punto temporal en el cual se decide adoptarla determinaría el grado de reactividad o proactividad que ha habido en la estrategia de contingencia cardiovascular. La decisión de ir o no al médico y realizarse una analítica es en sí interpretable como una decisión sobre el uso cronológico de una igual táctica de reconocimiento y monitorización. El cumplimiento de cada táctica serviría para la consecución de una idea —estatina para regular el colesterol, trasplante para sustituir el engranaje problemático— que después formaría parte de una estrategia que pretende cumplir el objetivo deseado.

Armados con este marco estructural de análisis se entiende mejor qué posibilidades tácticas hay, y por tanto qué hacer. Hay personas que, siendo plenamente conscientes de los problemas a los que se exponen, se niegan a abandonar sus vicios, mientras que otros llevan la virtud hasta extremos de frugalidad en los cuales llegan a privarse de cualquier placer. Mismo problema, y dos filosofías distintas que pueden explicarse desde un punto de vista estratégico.

La terminología y el marco estructural del análisis estratégico son herramientas aplicables en una infinidad de campos distintos; por ello es recomendable su conocimiento y empleo.

¿Qué es el metajuego?

  • Metajuego, meta o «metagame»: es el conjunto completo de ideas teóricas, prácticas establecidas, valoraciones y estrategias existentes en un juego competitivo. Es un conjunto orgánico que evoluciona a lo largo de la vida del juego. Aficionados y jugadores normalmente adoptan el término para referirse a las estrategias más frecuentes del momento, es decir, del parcial metajuego activo, no a la estricta totalidad del conjunto de ideas, valoraciones y estrategias.

El conocimiento del metajuego informa sobre aquellas conductas que son viables y, por lo tanto, sirve para comprender y anticipar por qué ángulo un jugador puede aproximarse a una victoria. El objetivo del competidor siempre es encontrar la forma óptima de obrar; con frecuencia lo hará a raíz de analizar el metajuego activo del momento y, o bien adoptar las estrategias dominantes, o bien adoptar una estrategia que funcione como contramedida respecto a las estrategias dominantes, o incluso adoptando una inesperada estrategia heterodoxa ante las estrategias dominantes.

Por ejemplo, a través del tiempo la teoría ajedrecística ha sido expuesta a innovaciones experimentales que han avanzado el cúmulo de conocimiento que creía conocerse acerca de su respectivo metajuego. En el siglo XIX se vio cómo progresivamente se pasaba de un estilo romántico, basado en posiciones abiertas, sacrificios, trampas y elegantes gambitos, a uno cuyo objetivo principal consistía en controlar el centro del tablero y adoptar complejas posiciones cerradas. Igualmente, también se pudo ver cómo algunas aperturas y defensas fluctuaban en popularidad conforme nuevas escuelas de pensamiento ajedrecístico localmente fragmentadas iban apareciendo.

Un ajedrecista renombrado de principios del siglo XX no podría más que quedarse desconcertado si tuviese la oportunidad de espectar una partida moderna. Sin duda alguna estaría en desacuerdo, al menos en un inicio, con algunos de los movimientos que el campeón del mundo actual efectuara. Lo mismo ocurre con los miembros de la élite actual y los motores de ajedrez artificiales: los movimientos de las máquinas comprenden tal profundidad de cálculo que a veces un cerebro no puede sacar lecciones legibles observando las decisiones del motor.

En deportes electrónicos el metajuego progresa a un paso más acelerado que el de cualquier juego en formato físico. Los canales ofrecidos por internet permiten que los aficionados no tengan que reunirse en un lugar previamente acordado; a causa de esto, el número agregado de partidas entrenadas es significativamente mayor. Es más, con foros dedicados y aplicaciones de mensajería por voz como Skype, TeamSpeak o Discord incluso las posibles barreras de comunicación entre jugadores han sido derribadas. Emparejado ello a un acceso sin precedentes a plataformas de vídeo en las cuales se brinda la oportunidad de estudiar el estilo de los mejores del mundo desde su propia perspectiva, el tiempo que lleva «descifrar» un metajuego es más breve que nunca. Para aquel que desea aprender, la integración de las nuevas herramientas debiera ser bienvenida; para el que ya ha conseguido un cierto grado de competencia, quizá no. Con la nueva tesitura los avances, los truquitos y las sorprendentes jugadas maestras no se mantienen en secreto por mucho tiempo.

Pero las maravillas de la globalización y la web no son los únicos motivos por los cuales los metajuegos de hoy avanzan al vertiginoso paso al que lo hacen. Al ser un videojuego la propiedad privada de una empresa, esta puede influenciar los comportamientos adoptados por sus usuarios mediante varias técnicas; la primera —y de sobra la más común— se acomete mediante la directa modificación por parches que añaden, rebalancean y rediseñan cualquiera de los componentes del videojuego. Otra forma menos invasiva se realiza instaurando un sistema de incentivos —recordatorios amistosos, trofeos, retos oficiales con premios cosméticos o distribución de divisa interna del videojuego— que empujan a los jugadores hacia la adopción de ciertos agentes y estrategias concretas.

Un concepto de teoría política y economía del comportamiento, los empujes institucionales tratan, de forma leve y no coactiva, conducir paternalistamente la actuación de un grupo segmentado de individuos.

Carentes en muchas ocasiones de la fuerza necesaria para regular comportamientos que interpretan como deseables, los organismos internacionales son particularmente propensos a intentar promover ciertas políticas con empujones. Pese a ello, la teoría no es inmune a controversias sobre su efectividad o sus consecuencias éticas. En canales digitales resulta más sencillo guiar mediante tal tipo de acciones.

El desarrollo y formalización de la teoría del empuje agració con el apócrifo Nobel de economía al académico Richard Thaler en el año 2017.

Pese a que el jugador suele tener la última palabra en cuanto a lo que decide jugar o no, las empresas que desarrollan y mantienen juegos competitivos a menudo diseñan mecanismos de empujón con la intención de que los usuarios adopten un determinado tipo de agentes o de estrategias.

La creación de eventos temáticos en un videojuego o las promociones en las que dan experiencia extra o cosméticos para un agente específico podrían ser ejemplos de nudging.

La disciplina de la intervención en juegos es compleja; el menor de los cambios puede quebrantar el equilibrio deseado de un metajuego, provocando la excesiva predominancia de una estrategia sobre el resto.

Debido a ello, suele ser recomendable que se mantenga una dosis de incertidumbre adecuada en la que no se conozca a ciencia cierta cuál es la mejor forma de proceder para ganar; se evitará así la sola predominancia de una estrategia o familia de estrategias arquetípicas parecidas, y además se atenuará el potencial aburrimiento que a consecuencia podría consumir a los usuarios.

Tres principios generales de cualquier metajuego

Siendo los metajuegos tan variopintos como los títulos a los que se encuentran ligados, podemos, aún con ello, observar tres normas a los que generalmente se ciñen; son las siguientes:

  1. Con el exclusivo objetivo competitivo de obtener la victoria, dada la opción los jugadores siempre escogerán estrategias con la máxima proactividad y menor interacción con el oponente posible. Minimizar la fricción para ganar es siempre deseable.
  2. Cuanta más interacción en un metajuego, mayor será la cantidad de estrategias reactivas disponibles en él.
  3. Cuantas más estrategias viables existan en un metajuego activo, más genéricas serán las contramedidas desplegadas por sus jugadores.

O dicho de otra manera,

  • Cuanto menor sea el número de estrategias viables en un metajuego, más precisas serán las contramedidas desplegadas por sus jugadores.

Más allá del refuerzo de mecánicas y tácticas fundamentales, el estudio del metajuego comprende la principal labor del competidor, profesional o no. Una vez asumidas las enseñanzas de los dos primeros aspectos, es el metajuego la fuerza que verdaderamente provoca que una persona quede fascinada por este tipo de actividades. El metajuego es aquella realidad que no puede verse, un mercado artificial de ideas cuyo producto de intercambio crea una conciencia colectiva que sirve como punto de referencia, convención y enigma a resolver al mismo tiempo.

Al final del día, la diferencia entre una persona que no le encuentra la gracia a un título competitivo y una que sí se reduce a su comprensión del metajuego; así se explica que, al igual que ocurre con tantas otras disciplinas de estudio humanas, sean sus mayores conocedores los que más disfrutan del mismo. También explicamos con ello que tampoco resulta apropiado que un metajuego acabe plenamente explorado. Verdad o autoengaño, en el instante en el que uno cree que sabe todo lo que necesita sobre algo acaba perdiendo el interés por ese algo.

Dicho lo dicho, podemos visualizar la relación entre conceptos fundamentales recreados por un título competitivo. El siguiente diagrama expone una de las posibles esquematizaciones para su estudio estructurado.

Por suerte, diagramas como estos nos ayudan a ordenar y explorar con sencillez las ideas exploradas en este libro; es por ello que a partir de aquí haremos un uso recurrente de semejantes diagramas

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